Primer día del año 2016, me levanto tarde, estoy jugando con mi hija en la cama y de repente veo una llamada perdida y me da una mala corazonada. Cojo el teléfono, llamo y me espero lo peor. Mi tío, con quien he compartido tantos momentos de mi infancia y mi juventud, ha muerto. Doy un salto de la cama y estalló en lloros. Todo se me cae de las manos, no me lo quiero creer y justo detrás de mí estaba ella, mi niña de 5 años, sentada en la cama, asustada sin saber muy bien que me pasaba.
“¿Qué es la muerte?” — me preguntó. Y yo me quedé en blanco y me hice la misma pregunta, ¿qué es la muerte?.
Le dije que lo que moría era nuestro cuerpo porque envejece, pero que nuestra alma se iba al cielo. Ella me preguntó si allí seguíamos viviendo, si estaríamos juntos…
“Mamá, ¿tú te vas a morir? ¿cuándo? No quiero que te mueras. Yo tampoco quiero morirme” — Yo le dije, “tienes toda una vida por delante cariño, tranquila, eres muy pequeña”.
Justo entonces, suena el teléfono otra vez, un mensaje del grupo del cole, una compañera de cole de mi hijo de 4 años había muerto esa misma noche.
“Mamá, ¿por qué se ha muerto E. si era pequeña?”– no tengo palabras, solo lágrimas. No sé qué contestarle. ¿Cómo se contesta esto? No estoy preparada, no me lo había planteado nunca. “No lo sé cariño” — le contesto — “no estaba bien en este mundo”
¿Qué se contesta en estos casos? ¿os ha pasado alguna vez? ¿cómo habéis reaccionado?
Crees que nunca te va a pasar, que todavía está lejos el día en que alguno de los tuyos falte, pero la muerte nos sorprende cuando menos te lo esperas y no tiene consideración ninguna y deberíamos estar preparados si tenemos hijos pequeños para poder responder a sus preguntas y que no se asusten. Que la muerte no es el final, que hay otra forma de estar (o por lo menos eso es lo que quiero pensar yo, que todo esto no es para nada).